El (falso) dolor por los que no se conocen




50 muertos, más de 600 heridos, imágenes, imágenes, imágenes, sangre, cadáveres, imágenes, llantos, sonidos y el típico plano de una ambulancia llegando al lugar. A nadie debería importarle. Porque nadie repara en la diferencia entre 50 muertos de un solo accidente y 50 muertos en 50 accidentes diferentes.

Mañana habrán muerto de manera accidental otras 50 personas más en distintas partes del país y nadie reclamará por su atención. Sólo quienes las conocieron.

Pero la tiranía de la Capital nos obliga a todos a prestarle atención a ella y solamente a ella. Como si se sintiera falta de afecto, nos reclama la atención matando gente de a montones o inventando algún otro evento que la contenga y la haga sufrir por algo y evitar así el vacío que sienten quienes han perdido la dimensión humana.
Nadie vive, nadie circula y nadie trabaja bien en una ciudad en la que el “otro” no existe. Entonces lo  inventa y siempre de la peor manera: con la muerte. Miles y miles de personas que no tienen por qué ni por quien llorar se conmueven viendo como un nene con sangre en su cara está siendo sacado de un vagón. No los conmueve el nene del cual no saben ni su nombre; los conmueve el recordar que son mortales. Pero no lo reconocerán,  porque acabada la imagen del nene acusarán al sistema ferroviario, a la concesionaria, al gobierno y si nos descuidamos, acusarán a la madre que lo “habría dejado viajar solo”. Porque nadie tiene la culpa.

Todos somos responsables de la tragedia de en la estación Once. Los intentos de culpar al gobierno, a la concesionaria, a  los barones de la privatización, a la oposición, etc. Etc., no son más que la respuesta rápida y efectiva al dolor de la soledad. Mientras tanto la capital crece y seguirá llamando la atención.

Tal vez haber vivido en un pueblo no te enseña nada, pero te demuestra cosas. Cuando irrumpe la noticia de un accidente (fatal o no) en la ruta, en un campo o en la planta urbana, lo primero que se pregunta es “a quien le ocurrió” y luego se intenta obtener algún que otro datito sobre su familia y el estado en que ella se encuentra. Porque no hay mas imágenes que las reales, en las que no media ningún lente y, en algún momento y en algún lugar nos cruzamos y nos registramos visualmente sabiendo nuestros nombres. Y eso es trascendencia.

Seguramente Calvino sepa mejor que nadie qué son las ciudades:

"En Ersilia, para establecer las relaciones que rigen la vida de la ciudad, los habitantes tienden hilos entre los ángulos de las casas […] Cuando los hilos son tantos que ya no se puede pasar entre medio, los habitantes se van: se desmontan las casas; quedan solo los hilos y los soportes de los hilos.
Desde la ladera de un monte, acampados con sus trastos, los prófugos de Ersilia miran la maraña de los hilos tendidos y los palos que se levantan en la llanura. Y aquella es todavía la ciudad de Ersilia; y ellos no son nada […]" Italo Calvino, las Ciudades invisibles


1 comentario:

  1. (...) "Tal vez haber vivido en un pueblo no te enseña nada, pero te demuestra cosas. Cuando irrumpe la noticia de un accidente (fatal o no) en la ruta, en un campo o en la planta urbana, lo primero que se pregunta es “a quien le ocurrió” y luego se intenta obtener algún que otro datito sobre su familia y el estado en que ella se encuentra. Porque no hay mas imágenes que las reales, las que no media ningún lente y, en algún momento y en algún lugar nos cruzamos y nos registramos visualmente sabiendo nuestros nombres. Y eso es trascendencia"(...)

    Muy de acuerdo con vos.
    Gracias por aportar reflexión en medio de tanto caos. Tu post, un aliciente.
    Saludos

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